(I) Autoformación del profesorado. Colaboración a través de la Red

Hace unos meses en unas Jornadas de Encuentro de Grupos de Trabajo organizadas por el CEP de Granada pronuncié una conferencia con el título de AUTOFORMACIÓN DEL PROFESORADO. COLABORACIÓN A TRAVÉS DE LA RED. En la misma hice algunas reflexiones sobre los nuevos retos profesionales que imponen las TICs a la profesionalidad docente. El texto de la conferencia fue publicado en el libro de actas de las Jornadas (incluyo la imagen de la portada del libro). Voy a publicar dicha conferencia en distintos posts a lo largo de los próximos días. Como os podeis imaginar, agradecía cualquier comentario, opinión o valoración de la misma.

El esquema de contenidos que desarrollé en la misma fue el siguiente:

1. Del individualismo a la colaboración: un nuevo reto para la profesión docente
2. La autoformación docente y la cultura de la colaboración
3. Las TIC y el trabajo en Red entre el profesorado: las comunidades de aprendizaje
4. El uso de los espacios virtuales para el trabajo colaborativo entre docentes: potencialidades, limitaciones y recomendaciones prácticas.
5. Guía para organizar un espacio virtual para el trabajo colaborativo entre profesores a través de Internet
6. A modo de conclusión: debemos ser coherentes entre lo que predicamos y lo que hacemos

En este primer post desarrollaré ese primer apartado titulado «Del individualismo a la colaboración: Un nuevo reto para la profesión docente».

Comenzaba aquella conferencia del siguiente modo:

1. Del individualismo a la colaboración: un nuevo reto para la profesión docente

La profesión de docente, maestro o profesor se configura y legitima socialmente hacia finales del siglo XIX durante la primera revolución industrial, y específicamente con la creación de los sistemas escolares nacionales que reclamaron que el ejercicio de dicha actividad estuviera organizada y normativizada por el estado, debiendo obtenerse para ello la titulación adecuada. Los poderes públicos establecieron lugares o espacios específicamente creados para este fin (aulas, colegios e institutos), contrataron trabajadores cualificados (los maestros y maestras), y establecieron un programa educativo común (el curriculum). La figura del maestro o maestra rodeado de niños y niñas en un aula humilde con pupitres de madera y pizarras negras en la escuela de un pueblo o de un barrio se ha convertido en el icono representativo de este oficio durante muchas décadas. Son imágenes en blanco y negro que a lo largo de gran parte del siglo XX (tanto de la época de la República como durante el franquismo) han configurado las señas de identidad de la profesión. Ciertamente, en la actualidad, muchas cosas han cambiado desde entonces. Conviene recordar que al comienzo de los años setenta el notorio desarrollo económico del conjunto de nuestro país junto con la conciencia del retraso cultural y educativo respecto al resto de países europeos y la alta tasa de natalidad ocurrida en los años sesenta y setenta provocaron la necesidad de reformar sustantivamente el sistema escolar español que se tradujo en el agrupamiento de las escuelas dentro de los denominados grupos escolares, en la creación de nuevos centros educativos e institutos en diversas poblaciones y barrios, en la contratación y funcionarización de un importante número de profesores jóvenes (al menos en aquellos años), y en definitiva, sobre todo a partir de la llegada de los gobiernos democráticos en convertir a la educación en un eje muy relevante de las políticas públicas.
Lo que quiero destacar es que ese origen del oficio de enseñar como un ejercicio o actividad individual del maestro que desarrolla su trabajo en un espacio privado y aislado llamado “aula” ha marcado profundamente la naturaleza de la profesión. Por esta razón distintos autores han llegado a caracterizar a las escuelas como un reino de taifas en los que cada profesor es dueño y señor de su clase, pero donde la colaboración y trabajo en equipo entre los docentes, a veces, ha sido casi inexistente. Esta situación conocida también como balcanización de los centros educativos, desde hace años, está fuertemente cuestionada. Como señala Hardgraves (1996):
“muchas escuelas y profesores actuales están orientados aún de acuerdo con la época de la industria mecánica pesada, en la que el maestro, aislado, procesa lotes de niños, agrupados por aulas o niveles, en grupos constituidos según la edad de los alumnos. Mientras la sociedad cambia a una era postindustrial, postmoderna, nuestras escuelas y nuestro profesorado permanecen apegados a enormes edificios de burocracia y modernidad, a jerarquías rígidas, aulas aisladas, departamentos separados y estructuras de carrera anticuadas. (p. 20)

Las nuevas características de la llamada sociedad de la información (globalización económica y cultural, cambios en las formas de producir, difundir y gestionar la información, omnipresencia de las TIC en casi todos los ámbitos y escenarios de nuestra vida) exigen para cualquier profesional replantear no sólo las actividades que desarrolla en su puesto de trabajo, sino revisar su perfil y concepción de la práctica de la profesión que implica, entre otros fenómenos, aspectos tales como:
– Una concepción de la organización de cualquier empresa, asociación, grupo o colectivo humano siguiendo un modelo en forma reticular o de red frente a un modelo organizativo de tipo jerárquico o piramidal.
– Mantener una comunicación permanente y fluida entre todos los miembros participantes en dicha red sin que el tiempo y el espacio supongan una limitación.
– Utilizar de forma habitual las tecnologías de la información y comunicación tanto en el ámbito privado como en el laboral.
– Estimular la participación y establecer dentro de la red procesos democráticos y consensuados de toma de decisiones.
– Facilitar la gestión del conocimiento: es decir promover el acceso sin dificultades a toda la información que genera la red, y generar el intercambio de la experiencia y el conocimiento entre los miembros de dicho colectivo o red social.

La mayor parte de los investigadores sociales nos indican que uno de los rasgos más destacables de la sociedad actual es el concepto de red aplicado no sólo a la arquitectura de los ordenadores o a la ingeniería de las telecomunicaciones, sino también a cualquier organización social (Castells, 1997). Por ello hablamos de red viaria, red de hospitales, red de centros culturales, red asistencial, red empresarial, etc., etc. Esto significa que el modelo piramidal empleado en la segunda revolución industrial donde cada unidad organizativa estaba aislada de las otras o mantenía una relación de dependencia jerárquica está siendo sustituido por una concepción y modelo en red donde las unidades organizativas gozan de autonomía de funcionamiento, pero que son interpedendientes y mantienen cierto grado de coordinación en función de un plan global.

En este sentido, la mayor parte de las profesiones de los estados modernos también han convertido al trabajo en equipo en general, y a la colaboración en particular, en uno de los ejes estructurales que definen el nuevo funcionamiento organizativo de las instituciones sociales. Precisamente una de las muchas y más destacables las transformaciones de la institución escolar del siglo XXI consiste precisamente en el cambio de la naturaleza de la profesión docente en general, y de la forma de trabajo entre los profesores en particular.
Numerosas corrientes y teorías pedagógicas como el desarrollo basado en la escuela, las escuelas eficaces, los colectivos y movimientos de renovación pedagógica, …, han puesto en evidencia que la innovación y mejora de la educación requiere como condición necesaria el trabajo conjunto, coordinado y en equipo del profesorado. Sabemos desde hace tiempo que el cambio de las prácticas docentes no depende exclusivamente de la voluntad individual de cada profesor. Si la innovación no se aborda de forma colegiada y compartida, lo más probable es que la planificación y desarrollo de una experiencia o proyecto novedoso difícilmente tendrá éxito ni continuidad. La metáfora del profesor que a modo de Llanero Solitario emprende el proceso de cambiar su método y práctica de enseñanza aislado en el marco de su aula, ajeno a lo que acontece a su alrededor en el colegio, es cosa del pasado.
Perrenoud (2004) en su libro Diez nuevas competencias para enseñar identifica el saber trabajar en equipo y la utilización de las nuevas tecnologías como dos ámbitos de competencias relevantes y fundamentales para el ejercicio actual de la profesión docente. Este autor sostiene que la cooperación profesional entre profesores es uno de los signos de evolución de la escuela contemporánea. Del individualismo de docente del siglo XIX aislado en su escuela hemos pasado a la colegialidad del claustro de profesores en los centros del siglo XXI. Por ello defiende que el trabajo en equipo es más una necesidad profesional de los actuales tiempos que una decisión personal de actuar de este modo. Este autor concreta que las destrezas o competencias específicas del trabajo colaborativo entre profesores consisten en saber:
– Elaborar un proyecto de equipo e identificar las representaciones comunes
– Impulsar un grupo de trabajo y gestionar el desarrollo de las reuniones
– Formar y renovar un equipo pedagógico
– Confrontar y analizar conjuntamente situaciones complejas, prácticas y problemas profesionales.
– Hacer frente a crisis o conflictos entre personas.

Seguiré en un próximo post con el apartado titulado «La autoformación docente y la cultura de la colaboración»

2 comentarios

  1. Hola Manuel,

    Muy interesante la conferencia… espero ansioso la segunda parte. Pero, ¿no te parece que Perrenoud, cuando concreta las destrezas del trabajo colaborativo, lo que tiene en la cabeza es el claustro «local» de profesores y que no se refiere a redes más amplias (comunidades de prácticas, por ejemplo, o colectivos «virtuales»), que usan las TIC como herramienta esencial de comunicación?

    ¿Dónde está aquello de «Piensa globalmente y actúa localmente»? 🙂

    Otra idea: ¿estás definiendo el «maestro 2.0», cuyo contexto de referencia y actuación es, ya no solo el claustro o el Movimiento de Renovación Pedagógica local, sino el conjunto de docentes interesados en los mismos temas con los que se relaciona en la Internet? Estoy pensando ahora mismo en los efectos para el desarrollo profesional de los maestros «blogosféricos» (perdón por el palabro) o de grupos dispersos geográficamente como la Comunidad Catalana (realmente mundial) de webQuest, etc. que mentienen canales permanentes de comunicación e intercambian mensajes esencialmente profesionales.

    Mi decisión de usar blogs en clase, con los alumnos de Magisteio, va por ahí: inyectar a los futuros docentes en prácticas comunicativas usando las TIC, pero orientadas al desarrollo profesional y a la colaboracón.

    Espero la segunda parte.

    Un abrazo.

    Jordi.

  2. ufffff, Jordi

    cuantas cosas sugieres……

    no me atrevo, ahora, a comentarte nada en concreto sobre lo que has escrito…. tendré que pensarlo con más calma

    únicamente me gustaría decirte que la conferencia fue escrita teniendo en mente que sus destinatarios no eran profesores usuarios expertos de Internet, sino que precisamente lo que se pretendía era estimular y animar el uso de los espacios virtuales como herramientas de colaboración entre grupos de docentes que estaban desarollando proyectos de innovación

    la verdad es que me sentí a gusto en aquellas Jornadas, aunque me relacioné más con los organizadores (con los cuales compartí mesa y mantel), que con el profesorado asistente – de todas formas, las «vibraciones» fueron buenas-

    continuaré ofreciendo la conferencia en fascículos….

    manuel

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