En segundo lugar, que la información era guardada y almacenada en soportes físicos, es decir, en un objeto sólido. Por ejemplo, en los libros, cuadernos, legajos o cualquier otro soporte de papel. Con el paso de los años se crearon otros soportes como las películas, las cintas, los discos de vinilo o de CDROM. La información era algo físico, o al menos, estaba vinculada indisociablemente a lo material, a los átomos que constituyen el producto cultural. Ello supuso, entre otras cuestiones, que surgiera una industria cultural que producía, en gran escala, dichos soportes y que requería un alto coste económico tanto para su fabricación como para su distribución. El autor o creador de la información necesitaba de forma ineludible de fabricantes de estos objetos culturales sólidos si quería que la misma llegara al público. El escritor necesitaba de la editorial, el músico de la discográfica, y el cineasta de la productora.
En tercer lugar, el proceso de creación, producción y difusión de la obra cultural era lento, y requería un tiempo largo desde la idea inicial hasta su difusión al gran público. La cultura era sólida porque adoptaba el formato de obra cerrada, definitiva, inalterable. Producir cultura, fuera en su versión libro, obra musical o audiovisual, era un proceso que consumía mucho tiempo y esfuerzo no sólo intelectual, sino también organizativo, logístico y económico, y por ello, cuando se generaba la obra ésta ya, difícilmente, podría ser modificada, revisada, rehecha, o transformada. Evidentemente, en el ámbito de lo impreso, existe el concepto de “edición revisada”, o de nuevas versiones grabadas de una canción, pero lo sustantivo o fundamental de la obra sigue intacto.
En cuarto lugar, podemos sugerir que este tipo de cultura de lo sólido utilizó dos instituciones para su conservación y difusión las cuales cumplieron –de modo más o menos concertado- su papel reproductor. Fueron las bibliotecas y el sistema educativo (tanto el escolar como el universitario). Por una parte, elevaron a canon cultural de referencia al libro, el cual se convirtió, en el objeto cultural reverenciado. Por otra, enfatizaron su función guardadora de las esencias culturales del pasado para transmitírselas a las generaciones futuras. Las bibliotecas y las escuelas han sido dos instituciones sociales que se han necesitado, que se han complementado mutuamente. Las bibliotecas ofrecían los libros y las escuelas formaban a los lectores. Las bibliotecas, sobre todo las públicas, democratizaban el acceso a las obras impresas, y las escuelas democratizaban la alfabetización, es decir, la adquisición de las competencias y habilidades de acceso al conocimiento simbólicamente codificado en los libros.