Para los docentes, que somos adultos de mediana edad, el recuerdo de nuestra infancia y de nuestra experiencia escolar está vinculado a los libros y a las múltiples sensaciones que le acompañaban. El olor a imprenta del manual recién comprado de principio de curso, el colorido de las ilustraciones que se insertaban entre los textos escritos, la lectura tediosa y en silencio en clase en los días de lluvia, la repetición solitaria, a modo de mantra, de palabras, frases, fórmulas o fechas intentando memorizarlas para un examen, el copiado de ejercicios que se realizaban sobre un cuaderno escrito con buena letra y sin tachones de tinta muy notorios, … son parte de la memoria de nuestra experiencia de la infancia y adolescencia. El tiempo escolar para nosotros fue el tiempo de los libros de texto, de las fichas de ejercicios, de las libretas y cuadernos, de los mapas, de los cómics, de los diccionarios, las enciclopedias y otros materiales en papel.
Este creo que es el problema: el profesorado actual pertenece a un grupo social, que por su edad, fue alfabetizado culturalmente en la tecnología y formas culturales impresas. La palabra escrita, el pensamiento académicamente textualizado, el olor a imprenta, la biblioteca como escenografía sublimada del saber han sido, y siguen siendo, para una inmensa mayoría de los docentes el único hábitat natural de la cultura y del conocimiento. La brusca expansión, en la última década, de las tecnologías digitales representan para esta generación una ruptura con sus raíces culturales. Gran parte del profesorado no tiene experiencia de interacción con las máquinas. El almacenamiento y organización hipertextual de la información, la representación multimediada de la misma son códigos y formas culturales desconocidas para la actual generación de docentes. Ante esta situación las reacciones suelen oscilar entre el rechazo o tecnofobia hciaa las máquinas y la fascinación irreflexiva de estas formas de magia intelectual.
La formación del profesorado en la nuevas tecnologías, a diferencia de otros contenidos o problemas formativos, tiene un “valor añadido”: el de la experiencia como usuario cotidiano de las tecnologías de la información. Es improbable que un docente enseñe a desenvolverse inteligentemente a través de la cultura virtual (sea en CD-ROM, sea en la Web, en las aulas virtuales, …) si previamente este docente no es un ciudadano experimentado y autosuficiente en moverse a través de la cultura de las redes. Uno de los retos más acuciantes e inminentes de la formación del profesorado del siglo que viene consiste precisamente en esto: en que aprendan a sumergirse, a navegar de un modo reflexivo, inteligente y no alienado por las aguas inciertas y exóticas del océano ciberespacial.
Reflexionar sobre nuevas tecnologías y la formación del profesorado entendemos que no sólo nos requiere analizar el problema particular de cualificar a los docentes para que sepan desarrollar la utilización didáctica de estos medios en el aula. Este sería un planteamiento reduccionista y simplista de la complejidad cultural que encierran los fenómenos a los que estamos aludiendo.
Como hemos expresado en otro momento (Yanes y Area, 1998) la formación del profesorado la entendemos como parte de un problema de mayor envergadura y más largo alcance. La formación de los docentes para el uso pedagógico de las nuevas tecnologías de la cultura digital tiene que vincularse forzosamente con la discusión de cuestiones relativas a los presupuestos ideológicos y políticos subyacentes en el cambio educativo que supuestamente quiere ser promovido con la incorporación de las nuevas tecnologías a la escolaridad; con la configuración de la cultura que debe transmitir la escuela en un entorno social en que las tecnologías digitales de la información están omnipresentes, con el debate sobre el nuevo papel que debe jugar el profesorado como agente socializador, con el sentido y utilidad de la presencia pedagógica de las nuevas tecnologías en las escuelas.
En este sentido, el autor francés P. Perrenoud (2004) en su obra Diez nuevas competencias para enseñar considera que el dominio y uso de la tecnologías como una de las competencias básicas que todo docente de la escuela actual debe poseer. En concreto señala como competencias o capacidades de uso didáctico de dichas tecnologías a las siguientes:
– Utilizar programas o software de edición de documentos
– Explotar los potenciales didácticos de esos programas en relación con los objetivos de enseñanza
– Comunicar a distancia mediante la telemática
– Utilizar los instrumentos multimedia en su enseñanza
En consecuencia, y en una síntesis breve, podríamos sugerir que los ámbitos de formación del profesorado ante las nuevas tecnologías abarcarían dimensiones y aspectos relativos a:
a) Formación en competencias instrumentales informáticas (adquisición de los conocimientos y destrezas como usuario de recursos informáticos tanto del hardware como del software: utilizar los recursos del sistema operativo, navegar y comunicarse por Internet, emplear procesadores de texto, de creación de presentaciones, de bases de datos, etc.)
b) Formación en competencias de uso didáctico de la tecnología (adquisición de conocimientos y destrezas para utilizar las nuevas tecnologías en el proceso de enseñanza-aprendizaje de sus alumnos en el aula y para la planificación, desarrollo y evaluación de unidades y actividades didácticas apoyadas en el uso de ordenadores, así como en la creación y desarrollo de materiales didácticos digitales)
c) Formación en competencias del ámbito organizativo-curricular con TIC (adquisición de conocimientos, habilidades y destrezas para saber elaborar proyectos interdisciplinares y trabajar en equipo con otros docentes del propio centro escolar, así como saber desarrollar experiencias colaborativas entre distintas aulas y centros educativos a través del uso de las nuevas tecnologías)
d) Formación en competencias del ámbito socioculturales (adquisición de conocimientos y desarrollo de actitudes hacia las nuevas tecnologías y sus implicaciones en la formación cultural y democrática del alumnado como ciudadanos de la sociedad contemporánea)
Por ello la formación del profesorado tendría que abarcar ámbitos formativos dirigidos no sólo a ofrecerles conocimiento técnico de los programas y recursos de comunicación de redes digitales, sino y sobre todo conocimiento pedagógico, cultural y experiencial de lo que representa incorporar estas tecnologías a la práctica de enseñanza tanto del aula como el centro escolar. Esto no es una pequeña innovación de un ámbito particular de enseñanza, sino una alteración sustantiva de todo el modelo pedagógico y de las formas culturales que un profesor debiera prodigar en su aula. Por esta razón un plan o política de formación del profesorado en nuevas tecnologías que abandone u obscurezca los aspectos ideológicos y políticos de la Red, o que mitifique los contenidos de la misma, centrándose en sus dimensiones puramente instrumentales tenderá a ser una formación deficitaria.
En definitiva, el reto no es solo cualificar al profesorado para que sea un usuario de la tecnología en la clase, sino para que sea un profesional que sabe enfrentarse a la complejidad de los problemas culturales del alumnado que están surgiendo en un contexto social en el que las nuevas tecnologías están omnipresentes y que tiene la capacidad para planificar y poner en práctica soluciones educativas tanto en su aula como en su centro.